A MENOS DIÉSEL
EN LAS CARRETERAS,
MÁS DIÓXIDO DE CARBONO
EN EL AIRE

Estoy pensando en entregarme. En entregarnos, mi viejo “Mercedes” y yo. Sin condiciones. En una comisaría, en el cuartel de la Guardia Civil, en un desguace, en una ITV, yo qué sé. Lo más lógico, dada la gravedad del caso, quizá sea la Jefatura Superior de Policía. Presentarnos allí a calzón quitado, y confesarlo todo:

– Hola buenas. Venimos a entregarnos sin condiciones.

– ¿Quiénes?

– Mi Mercedes y yo.

– ¿Su señora de usted? No me diga más. Ha atropellado a unos cuantos ciclistas de la peña cicloturista «Los Conejos de Monte». Y ha huido sin prestarles auxilio, a lo Farruquito. Y ahora viene a entregarse porque la conciencia le reconcome. Pues eso lo lleva la Brigada «Ortega Cano», primer piso, al fondo del pasillo. Pregunte por la subinspectora Gloria Camila.

– Es peor que todo eso. Horrible. Mi viejo Mercedes es… es… es… un diésel. Hala, ya lo he dicho.

Y entones se liará parda, fijo. Algunos agentes se tirarán al suelo, directamente. Debajo de las mesas. Otros sacarán el arma reglamentaria, o me apuntarán con pistolas táser que te fríen con una ración de voltios mayormente cruel, gritarán lo que se suele gritar en estos casos: «¡Contra la pared, manos en alto, piernas abiertas! ¡Al suelo, manos atrás! ¡De rodillas, manos a la cabeza!»

– Perdón -intentaré razonar yo- pero todo a la vez es imposible.

– Calla güevón. Coge las llaves del coche y dámelas muy despacio. Y no hagas tonterías, que tengo el gatillo fácil. ¡Un diésel en las carreteras! Te vas a cagar. Te vamos a crujir, pero bien. Llamad a «Billy el Niño» y que venga, que aunque esté retirado le va a hacer mucha ilusión. ¡Un diésel, qué cabronazo! Morales, sal a la calle y léele sus derechos al coche de éste. Y me lo encierras en el «diéselbozo».

¿EL DIÉSEL SALE MÁS BARATO QUE LA GASOLINA? PUES LO IGUALAMOS Y SACAMOS UNA PASTA.

¿Qué hemos hecho quienes conducimos vehículos de motor de combustión a diésel? Pues no lo sé bien, pero algún abyecto crimen habremos cometido. De repente, el mundo se ha vuelto contra nosotros. Así, de un día para otro. Sin avisar. Las más importantes ciudades europeas se están cerrando a los diésel. En ellas no puedes acercarte al centro urbano con el coche, hay que dejarlo en las afueras. En barrios marginales, en los extrarradios. Cual apestado. Y, concretamente en España, el impuesto al combustible maldito va a sufrir una subida seria, con el objetivo de quitarnos las ganas de coche para siempre.

El objetivo, aseguran los altos poderes geopolíticos, es medioambiental. Y un haba. No está nada claro que el gasóleo contamine más que la gasolina. Tras la aparición de numerosos estudios científicos en un sentido o en otro, la conclusión a la que se llega es que ambos combustibles vienen a ser igualmente contaminantes. De incidencia diferente en cuanto al tipo de emisiones, pero no menor en el caso de la gasolina ni mayor en el del diésel. Hay por tanto un interés claramente recaudatorio, que recae sobre los clientes del gasóleo como podría haber caído sobre quienes tienen coche de color negro petróleo. “¿El diésel sale más barato que la gasolina? Pues lo igualamos y sacamos una pasta”.

La demonización del diésel en las carreteras ha llevado a un descenso inmediato en las ventas de vehículos de este tipo de combustible. Fabricantes, concesionarios de ventas y, por supuesto, cientos de miles de usuarios, ven con mucha preocupación cómo se empieza a desmantelar, poco a poco, la opción gasoil en la circulación. El plan es llevarnos al coche eléctrico, híbrido, de combustión alternativa, ecológico en suma. Lo cual estará bien… cuando esté. Que, de momento, no está.

EL OBJETIVO ERA LA MOVILIDAD SOSTENIBLE.

Cuando escribo esto, la patronal de los concesionarios de venta de automóviles en España, Faconauto, acaba de anunciar que “a menos diésel en las carreteras, más dióxido de carbono en el aire”. Según los datos recabados por la consultora MSI, las emisiones medias de CO2 se han incrementado un 1,8 % con respecto a 2017, tras una década de descensos. ¿Y por qué? Pues por el ascenso de matriculaciones de vehículos de gasolina, en detrimento de los de gasóleo. La gasolina emite un 20 % más de dióxido de carbono. En definitiva: las cabezas pensantes han roto el equilibrio. Si el objetivo era la movilidad sostenible, resulta que han aplicado medidas contraproducentes.

Durante mucho tiempo, nos vendieron la maravilla de los motores diésel por su rentabilidad. Al principio eran ruidosos, traquetreantes, poco finos. No precisamente alegres. Pero menos contaminadores de la pradera y más económicos. Dos razones de peso para adquirirlos. Se fueron perfeccionando, llegaron los TDI, lograron ser casi igual de silenciosos y alegres a la hora de salir por ruedas, de adelantar, de subir las cuestas, competitivos frente a la gasolina. Y, ahora, zásca. Que son lo peor. Culpables de todo.

Por eso digo yo si no será mejor entregarnos en masa. A la policía, a la Meretérica, a la Dirección General de Tráfico. Y que hagan con nosotros lo que quieran. A fin de cuentas, es lo que hacen con nosotros siempre.